Un Nicolás Putinizado



     
No era un orador carismático, no provocaba multitudes, y su legado carecía de obras filosóficas o políticas trascendentales. Entonces, ¿por qué fue objetivo de un asesinato? Su peligro radicaba en desafiar el poder de Putin. Sin embargo, ¿cómo un individuo apacible, sin respaldo armado ni conexiones militares, como lo era Navalni, podía representar tal amenaza como para ser objeto de dos intentos de asesinato, el segundo de los cuales tuvo éxito? Para responder a esta pregunta, es crucial entender los objetivos políticos de Navalni, que se resumen en dos aspectos principales. En primer lugar, su lucha contra la corrupción, y en segundo lugar, su propuesta de reforma electoral mediante el llamado "voto inteligente", una estrategia diseñada para socavar el dominio político del régimen de Putin. Estos objetivos de denuncia - la corrupción arraigada en el poder y la manipulación del sistema electoral - representan fundamentos del sistema de dominación implementado por Putin en Rusia, un modelo que se ha extendido a países con sistemas políticos frágiles, incluyendo a dos naciones latinoamericanas: Nicaragua y Venezuela, ambos aliados internacionales de Rusia bajo el liderazgo de Putin.


Las dos vías post-soviéticas


"El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente". Esta máxima, atribuida a Lord Acton, resuena con especial fuerza en los entornos políticos poscomunistas y en las naciones donde la democracia aún busca afianzarse. Para Alexei Navalni, la lucha contra la corrupción no era solo un acto moralista, sino un desafío directo a regímenes unipersonales como el de Putin, donde la corrupción, el personalismo y la dictadura convergen en una sola figura: el autócrata Putin, heredero de la gloria del antiguo imperio ruso.Tras el colapso de la Unión Soviética, el mundo heredó dos legados divergentes: aquellos países que abrazaron los ideales democráticos occidentales y aquellos que revivieron las tradiciones autoritarias del comunismo, manteniendo una fachada democrática subordinada al dominio de un orden antidemocrático. En regiones como Asia Central, el Cáucaso y Latinoamérica, surgieron regímenes donde las formas dictatoriales coexisten con instituciones democráticas, pero sirven a un poder central autoritario. Estas son las autocracias electorales de nuestro tiempo, un fenómeno complejo que merece una atención más profunda.Inicialmente, Rusia y Ucrania compartieron un camino incierto, oscilando entre un pasado antidemocrático y un futuro prometedor de democratización. Sin embargo, las contraolas autocráticas, alimentadas por conflictos neocoloniales y una geopolítica agresiva, terminaron por imponerse, consolidando regímenes como el de Putin, cuyo poder eclipsa incluso al del antiguo partido comunista soviético. Hoy, Rusia no solo es una dictadura interna, sino también un actor global en una cruzada antidemocrática junto a potencias como China, Irán y Corea del Norte, respaldada por gobiernos cautivos de deudas con Rusia y China, como los de Brasil y Sudáfrica. En este escenario, países periféricos como Nicaragua, Venezuela y Bolivia, a veces, caen en la órbita de estas influencias antidemocráticas, amenazando el tejido mismo de la libertad y la justicia en el mundo contemporáneo.



Como bien se conoce, Ucrania ha optado por un camino divergente al de Rusia. Tras la revolución democrática nacional de Maidán, cuyos detractores internacionales tacharon de "fascista" por los sicarios propagandísticos de Putin, y la consiguiente expulsión del poder del presidente prorruso Yanukovich, los sucesivos gobiernos liderados por Porochenko y Zelenski han abrazado la posibilidad de una democracia arraigada, que solo puede alcanzarse mediante la integración política e incluso militar de Ucrania en el espacio occidental. En otras palabras, la democratización de Ucrania se vincula directamente con su afirmación como nación independiente y soberana, y viceversa. Este enfoque no solo garantiza la autonomía del país, sino que también fortalece su posición en el escenario global como un baluarte de los valores democráticos en la región.

Democratización y liberación nacional son dos instancias imposibles de ser separadas en la actual realidad de Ucrania.


No caigamos en la ilusión: la agresión de Putin contra Ucrania va más allá del simple afán expansionista territorial que algunos, como Kissinger y Mearsheimer, han malinterpretado. En realidad, esta incursión militar responde a un intento descarado por parte de Putin de socavar y desmantelar la incipiente democracia occidental que emerge en Ucrania. En esencia,

la de Rusia a Ucrania no es una guerra geográfica: ni siquiera es una guerra geopolítica. Pero sí, y desde sus orígenes, fue y es una guerra que tiene lugar entre dos países con sistemas políticos antagónicos

En un extremo del espectro, encontramos el régimen personalista y tiránico de Putin, mientras que en el otro extremo se erige el gobierno democrático-occidental, personificado en el actual presidente Zelenski. Dada esta dicotomía, no sorprende que la abrumadora mayoría de las naciones democráticas del mundo se hayan alineado en apoyo a Ucrania, mientras que prácticamente todas las dictaduras, autocracias y tiranías, incluidas Cuba, Nicaragua y Venezuela, se hayan agrupado en torno a la corrupta dictadura de Putin.Sin embargo, esta alineación geopolítica no es la única dimensión del conflicto. Además, en varios países se han adoptado elementos similares a los que imperan en la Rusia de Putin dentro de sus propios sistemas de dominación. Estos incluyen el culto al personalismo gubernamental, la corrupción desenfrenada y, sobre todo, la manipulación del sistema electoral. Venezuela bajo el gobierno de Maduro forma parte de este "nuevo orden", como han revelado recientes acontecimientos en el país petrolero. Maduro busca implantar un sistema de dominación personalista similar al que rige en Rusia bajo Putin, desafiando así los principios democráticos y el estado de derecho.


La rusificación del sistema electoral venezolano 



Para clarificar las opiniones expresadas, es importante subrayar que no se pretende realizar una comparación directa entre Rusia y Venezuela. Estos países ocupan posiciones muy disímiles en el panorama global: uno es una potencia económica y militar, mientras que el otro ha sido devastado por un grupo de individuos que obtuvieron el poder como continuación del gobierno de Chávez. La similitud a la que hacemos referencia apunta en una única dirección, y esta es que, tanto en Rusia como en Venezuela, sus gobernantes mantienen el proyecto común de crear un estado antidemocrático usando formas extraídas de las democracias, pero eliminando la competencia política a través de un sistema electoral usado como medio de dominación y, por lo mismo, convirtiendo a la ciudadanía en simple masa votante al servicio de la autocracia en el poder. En todo lo demás, Putin y Maduro podrían diferenciarse. Pero en lo que ha estado ocurriendo recientemente en Venezuela, no. 


Todos los demócratas del continente, incluyendo gobiernos de izquierda como los de Boric y Petro, miran espantados hacia VenezuelaComo señaló el ex presidente uruguayo José Mujica, "Maduro no se atiene a ninguna regla democrática". Desde luego, el sistema electoral venezolano nunca ha sido un modelo de transparencia democrática. El ventajismo, la coacción de funcionarios estatales, el control de los medios de comunicación y la parcialidad del tribunal electoral han sido y siguen siendo métodos comunes de manipulación y presión. Sin embargo, al menos hasta el año 2018, la oposición logró obtener victorias y resultados electorales significativos, con la capacidad de seleccionar a sus propios candidatos. Hoy en día, sin embargo, el ejecutivo venezolano ha adoptado un modelo reminiscente del sistema ruso.

Candidatos solo pueden ser los que el gobierno decida quienes pueden ser candidatos, y punto.


María Corina Machado, sin encontrarse inhabilitada, emergió como la candidata elegida en las primarias de la oposición. A pesar de los desafíos que enfrentaban todos los partidos opositores, debilitados por la ola de abstencionismo que se había gestado desde 2018 y el caos político resultante de la estrategia liderada por Guaidó, aceptaron el resultado con cierta resignación. Sin embargo, apenas María Corina Machado fue proclamada como candidata, el régimen de Maduro la inhabilitó políticamente, en un acto flagrante de abuso de poder.Demostrando una notable astucia política y un compromiso inquebrantable con la vía electoral, Machado aceptó su inhabilitación con firmeza y, en un giro inesperado, nombró como su sucesora electoral a la respetada profesora universitaria independiente, Corina Yoris, aunque su nominación se produjo apenas antes de que se cerraran las inscripciones.El régimen de Maduro, viéndose incapaz de inhabilitar a la Sra. Yoris, optó por un enfoque aún más insidioso: simplemente ignoró su candidatura. En cambio, procedió a aceptar las postulaciones de los candidatos Rosales y Márquez, con la clara intención de sembrar divisiones dentro de la oposición, creando una dicotomía entre "electoralistas" y "machadistas". Y, al menos en el ámbito de las redes sociales, parece haber logrado su cometido, perpetuando así la fragmentación y la debilidad de la oposición en un momento crucial para el futuro político de Venezuela. En otras palabras,el gobierno de Maduro ha decidido definitivamente entrar a la fase de la putinización electoral. El objetivo es muy claro: erradicar el principio de competitividad en la lucha por el poder y así dar origen a una dictadura madurista, apoyada, como la de Putin, en servicios secretos, en aparatos policiales y militares y, no por último, en farsas electorales.


Maduro no es Putin


Sin embargo, Maduro no es Putin. Mientras Putin persigue la restauración de las glorias imperiales de Rusia, los crímenes que perpetra a diario, tanto dentro como fuera de las fronteras rusas, son medios diabólicos para alcanzar, según su distorsionada visión, un objetivo histórico supremo. En contraste, Maduro carece de aspiraciones superiores; no alberga delirios de grandeza ni exhibe la enigmática demencia que parece caracterizar a Putin. Su objetivo es simplemente mantenerse en el poder "a cualquier costo", porque para él, el poder es el poder, y nada más. Al igual que sus aliados, comprende que sin ese poder, son prácticamente insignificantes. Y dicho poder se vuelve cada vez más difícil de mantener.Basta con recordar que durante el mandato de Maduro, Venezuela ha establecido récords desastrosos: ocupar el primer lugar en América Latina en los índices de corrupción, llevar a la ruina económica a uno de los países con mayor potencial de riqueza en el mundo y provocar la mayor emigración demográfica en la historia sudamericana.A diferencia de Rusia, Venezuela no cuenta con potencias militares vecinas ni con una influencia geopolítica significativa, como lo tiene Putin en Asia Central y China. Maduro tampoco despierta temor internacional, como lo hace Putin. En cambio, es objeto de desprecio, incluso por parte de las izquierdas, a las que una vez perteneció Chávez. Nadie en el mundo, ni siquiera el Podemos de España, quiere identificarse como pro-madurista, como antes se declaraban pro-chavistas. Maduro es, en resumen, el paria gobernante de una nación económicamente y políticamente devastada. En un escenario electoral bajo reglas democráticas, nunca podría alcanzar la victoria como lo hizo Chávez en el pasado.Es cierto que el PSUV sigue siendo el partido dominante en un país donde los partidos políticos están fragmentados. Al igual que Putin, Maduro cuenta con el respaldo de generales ricos y poderosos del régimen. Sin embargo, Maduro es consciente de que la inmensa mayoría de la población nacional, según todas las encuestas, desaprueba su gobierno. Si esa oposición se uniera políticamente, podría poner fin de una vez por todas al gobierno de Maduro. Para expresarlo de manera provocativa: la única fuerza política que actualmente posee Maduro es la no-unidad de la oposición. De ahí que dinamitar la unidad de la oposición, ha llegado a ser su imperativo máximo. Pues bien, no hay mayor fuente de unión política que un proceso electoral. De ahí que, si Maduro no puede suprimir a las elecciones (como tal vez él quisiera), al menos puede putinizarlas. Y eso es lo que ha estado intentando hacer durante todo el mes de marzo.


El destino de Venezuela, menos que en las manos de Maduro, está hoy, como ayer, en manos de la oposición venezolana. Esta oposición, como ha sido el caso desde 2018, enfrenta la peligrosa tentación del "abstencionismo digno", una postura promovida con vehemencia por figuras prominentes como María Corina Machado. Existe también el riesgo de que las rivalidades entre los líderes políticos prevalezcan y la oposición se presente fragmentada en el escenario electoral. Si tal situación llegara a materializarse, sería lamentable tener que reconocer que, si bien no el pueblo, sí esta oposición, sería responsable de perpetuar el gobierno de Maduro.Sin embargo, aún queda una leve esperanza: que la mayoría de la oposición recupere o adopte una postura política fundamentada, similar a la que exhibió en algún momento, hasta aproximadamente 2015. Esto, por supuesto, implica un esfuerzo conjunto para evitar la manipulación del proceso electoral, una manipulación que Maduro ha llevado a cabo sistemáticamente.

Y eso a su vez significaría elegir un solo candidato entre “lo que hay”, un nombre símbolo, un significante vacío si se quiere, en fin, alguien que ayude a convertir a las próximas elecciones presidenciales en un plebiscito nacional, en un sí o un no a Maduro. 

Para decirlo en términos rusos pero en castellano: de lo que se trata es de retomar en Venezuela el hilo en donde lo dejó Navalni en Rusia: el hilo de la acción inteligente.

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