Guerras proxy, la guerra en tierra ajena
Las guerras subsidiarias o guerras proxy son un tipo de conflictos en los que se distingue un conflicto interno entre distintos bandos o actores que se engloba como parte de otra rivalidad entre potencias o actores externos. A pesar de que las guerras proxy se han dado a lo largo de la Historia, conocerlas resulta revelador acerca de la naturaleza en el mundo en el que vivimos y la situación geopolítica de la región donde ocurren.
En la mayoría de los libros de Historia mundial, al dedicar un capítulo a un conflicto armado en concreto, normalmente observamos un apartado de “Dimensión internacional del conflicto”, donde se describen los intereses de las principales potencias mundiales de por entonces y las alianzas con alguno de los bandos locales. Asimismo, muchas veces se denuncia, en casos como la guerra siria, que uno de los factores que imposibilita la paz es la falta de acuerdo de los países involucrados respecto a una única solución.
Lo cierto es que, en la mayoría de los conflictos armados, tanto en el pasado como en el presente, existen actores internos y externos. Normalmente, el actor externo tiene una serie de intereses —económicos, energéticos, geoestratégicos, etc.— en el territorio en conflicto y se alinea con un actor interno que, de alguna forma, resulte favorable para esos intereses. Pero existen una serie de conflictos en los que la dinámica externa excede el conflicto mismo y se encuadran en un marco superior donde cobra importancia no tanto el conflicto interno en sí, sino las implicaciones regionales o mundiales del enfrentamiento entre actores externos. Se trata de las guerras subsidiarias o guerras proxy, conflictos que forman parte de una dinámica de rivalidad y enfrentamiento entre dos o más actores locales o mundiales.
Una estrategia militar basada en la participación en guerras proxy resulta muy atractiva para “los países que tratan de eludir los elevados costes en términos humanos y económicos que implica la participación directa en un enfrentamiento armado”. Hoy en día, resulta difícil imaginar un conflicto a gran escala entre Rusia y Estados Unidos o entre Arabia Saudí e Irán; sin embargo, nadie niega la rivalidad entre esos países. Para ellos, resulta mucho más cómodo y práctico desarrollar esa rivalidad lejos de sus fronteras y limitando al máximo la intervención militar directa apoyando a un aliado local. En definitiva, se trata de trasladar el conflicto a un lugar distinto del tablero.
Risk, estrategia en el tablero mundial
En los años 50, durante el comienzo de la Guerra Fría, el director de cine francés Albert Lamorisse creó un juego de mesa un tanto atípico, pero muy revelador de la dinámica mundial que comenzaba a imperar por entonces. El juego, que tiene lugar sobre un tablero que representa un mapamundi dividido en distintas regiones, tiene un marcado carácter estratégico, aunque el objetivo es simple: los participantes tienen que conquistar territorios enemigos. Para ello cuentan con un ejército administrado por ellos mismos, que mueven por la superficie del tablero con el objetivo de encontrarse con el enemigo y entablar batalla con él, resuelta siempre por el azar tirando los dados.
Cualquiera que haya jugado al Risk sabe que detrás de esta breve descripción hay una serie de componentes añadidos que permite, como mínimo, hacer un paralelismo con algunas situaciones reales en la política internacional. Puesto que el resultado de un combate es aleatorio, las acciones que se toman deben ser muy medidas, de forma que cobra más importancia la estrategia que la fuerza. Pero no todas las acciones consisten en desplazar un ejército de un lugar a otro para entablar combate. En el Risk es inevitable forjar alianzas con más jugadores y tener aliados en distintas partes del tablero que sean favorables a los intereses propios a largo plazo: controlar una región o el tablero entero.
Si el Risk estuviera verdaderamente ambientado en la Guerra Fría, encontraríamos dos bloques enfrentados que buscan mantener su influencia a lo ancho del mapa al mismo tiempo que intentan reducir la de su adversario. Durante este período de tiempo, hubo una gran cantidad de conflictos internos en distintos lugares del mundo, pero en los que ambos bloques tenían intereses y, por ende, establecieron alianzas con algún bando o grupo local. Los casos de Corea o Vietnam son los más evidentes al haber sido conflictos armados de elevada magnitud. Sin embargo, existen casos más discretos, donde los razonamientos estratégicos cobran un primer plano. Es el caso del escándalo Irán-Contra que tuvo lugar durante la Administración Reagan en los años ochenta. El Gobierno de Estados Unidos vendió armas a Irán de forma clandestina, pues había impuesto un embargo comercial sobre el país tras la revolución Islámica. El objetivo era facilitar la liberación de ciudadanos estadounidenses secuestrados por Hezbolá en el Líbano, aliado de Irán. Sin embargo, el dinero obtenido de las ventas, gestionado a través de un entramado de cuentas Suizas fue destinado a financiar a la Contra nicaragüense, un movimiento armado insurgente opuesto al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), de ideología socialista.
Esta lógica obedece a la que podemos observar, en una escala mayor, en las guerras proxy. En cualquier caso, el Risk es una buena aproximación —salvando las distancias— a la lógica de las guerras proxy. En algunas ocasiones, no es posible enviar la caballería de un lugar a otro del tablero, ya sea por motivos logísticos, económicos o incluso políticos. Sin embargo, hay otra serie de recursos disponibles para un actor a la hora de salvaguardar sus intereses, que van desde la provisión de armas, la ayuda económica o incluso la guerra de (des) información.
Mercenarios, terroristas y guerrillas: construir una guerra proxy
Una guerra proxy no es una guerra convencional. Aunque suelen involucrar a fuerzas armadas profesionales el ejército de Asad en Siria es apoyado por la aviación Risa también podemos encontrar una gran cantidad de actores atípicos, lo que nuevamente muestra la complejidad de estos conflictos.
En primer lugar, la diversidad de actores internos que se puede encontrar en una guerra proxy se corresponde con la diversidad de actores externos. Contrariamente a lo que se piensa, los primeros no son marionetas de los segundos, sino que tienen un elevado grado de autonomía, y en ocasiones son ellos mismos los que adaptan su discurso u orientación ideológica con el objetivo de poder atraer o mantener el apoyo de un actor externo. Esto no solo ocurre así en las guerras proxy; es una dinámica que se repite como elemento de la realpolitik internacional. Por ejemplo, el viraje al comunismo que realizó la revolución cubana por objetivo insertarse en la órbita de la URSS debido a la presión económica de EE. UU., tal y como reconocería Fidel Castro.
Algunos de los actores internos involucrados en conflictos históricos son arquetípicos y han sido recurrentes a lo largo de los anales de la Historia. Ejemplos notorios incluyen las guerrillas y movimientos de contrainsurgencia. Un caso paradigmático se evidencia en la revolución sandinista en Nicaragua, donde el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), respaldado por el bloque oriental y Cuba, enfrentó la oposición de movimientos contrainsurgentes de extrema derecha, apoyados por los Estados Unidos. De igual manera, actores como los partidos políticos emergen como entidades de crucial relevancia debido a su capacidad de movilización. En el pasado siglo, los partidos comunistas, a excepción de los maoístas y, posteriormente, los eurocomunistas, estuvieron influenciados, e incluso controlados, por la Unión Soviética y sus intereses geopolíticos. Asimismo, los Estados Unidos promovieron una campaña de "democratización" en países del Este de Europa durante la primera década del siglo XXI, a través de apoyo no oficial a partidos políticos y organizaciones civiles, con el propósito de distanciarlos de la esfera de influencia rusa.
Sin embargo, en el contexto de zonas de conflicto, surge una variedad de actores menos convencionales. Estados Unidos y Rusia, por ejemplo, han recurrido al empleo de mercenarios para llevar a cabo operaciones específicas en territorio sirio. La utilización de mercenarios y la contratación de empresas de seguridad para desempeñar funciones en áreas de conflicto han experimentado un crecimiento notable en las últimas décadas. Un estudio de 2010 reveló que, mientras que la proporción de personal privado respecto a militares estadounidenses era de 1:55 en Vietnam, en Irak la cifra era prácticamente de 1:1, lo que indica una paridad casi equitativa entre el número de militares y personal contratado por empresas privadas para operaciones en zonas de conflicto.
Por otro lado, los grupos terroristas han cobrado una relevancia significativa en los conflictos contemporáneos en todo el mundo. Aunque a menudo resulta difícil distinguirlos de las guerrillas, las organizaciones terroristas suelen exhibir una estructura organizativa y un modus operandi distintivos, aunque en ocasiones compartan elementos comunes. En muchas ocasiones, los aliados de los actores implicados en una guerra por delegación suelen ser grupos terroristas, como evidencia el apoyo de Turquía al Frente Al Nusra, vinculado a Al Qaeda, en el conflicto sirio, o la alianza conocida entre Irán y Hezbolá.
Independientemente del perfil de los aliados involucrados, una guerra por delegación no se encuentra exclusivamente determinada por la voluntad de los actores externos. Como señalaba el académico John L. Gaddis en 1997, "tras la Guerra Fría, algunos regímenes y sus insurgentes aprendieron a manipular a rusos y estadounidenses mediante adulaciones, solidaridad o simulando indiferencia". La interacción entre los actores externos e internos en una guerra por delegación es notablemente bidireccional, lo cual añade una capa adicional de complejidad a la resolución de tales conflictos.
Pasado y presente de las guerras proxy
Indudablemente, los conflictos armados caracterizados por una destacada dimensión externa, protagonizada por diversos actores con intereses diversos, no son una novedad exclusiva del siglo XXI. Desde los albores de la historia, tales escenarios han sido evidentes, marcados por la complejidad de las relaciones geopolíticas y los imperativos estratégicos. Ejemplos históricos paradigmáticos incluyen las alianzas forjadas por los españoles con pueblos indígenas en la conquista de América, así como la guerra de sucesión española (1701-1713), que constituyó una contienda internacional entre Francia, Inglaterra y otras potencias europeas por el control del debilitado Imperio español.
No obstante, la naturaleza de estos conflictos ha evolucionado en consonancia con el tiempo, el espacio y los actores involucrados. En épocas pasadas, era común encontrar guerras propagandísticas dentro de conflictos internos, como fue el caso de la guerra civil española (1936-1939), donde el uso de carteles, panfletos y medios de comunicación tenía por objeto ganar la batalla ideológica. Hoy en día, los instrumentos empleados son considerablemente más sofisticados y complejos. En conflictos proxy como el de Ucrania, la lucha no se limita al terreno físico, sino que abarca también el ciberespacio, las redes sociales y la esfera mediática, dando lugar a una guerra de información multidimensional.
Un caso paradigmático que ilustra esta evolución es la guerra de Corea (1950-1953), la cual representó la primera confrontación proxy de la Guerra Fría. Tras la ocupación japonesa y la división de la península de Corea en dos zonas de influencia bajo el control de Estados Unidos y la Unión Soviética, respectivamente, se gestó un conflicto marcado por su proyección internacional. Este enfrentamiento no solo enfrentó a los ejércitos locales, sino que implicó la intervención directa de potencias extranjeras, como China y la URSS, en apoyo al Norte, y Estados Unidos y sus aliados en defensa del Sur. La guerra de Corea, técnicamente sin concluir, ha perdurado como un símbolo de las tensiones de la Guerra Fría y ha influido en la dinámica geopolítica de la región hasta la actualidad.
Un ejemplo más reciente y trascendental de guerra proxy es el conflicto en Siria, cuya importancia trasciende la catástrofe humanitaria y los cambios políticos regionales que ha desencadenado. En este contexto, la rivalidad entre potencias regionales como Irán y Arabia Saudita, junto con el antagonismo entre Rusia y Estados Unidos, ha generado una compleja red de alianzas y rivalidades que han influido en el curso del conflicto. La participación de actores no estatales, como grupos insurgentes y organizaciones terroristas, ha añadido un componente adicional de complejidad, exacerbando aún más la naturaleza multifacética de esta guerra proxy.
En conclusión, las guerras proxy no son un fenómeno exclusivamente del siglo XXI, sino que tienen raíces históricas profundas. Su comprensión resulta fundamental para interpretar la dinámica del tablero geopolítico actual, caracterizado por la interacción de una amplia gama de actores con intereses divergentes en escenarios conflictivos a lo largo y ancho del mundo.



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